martes, 3 de enero de 2012

LAS AGUAS SIEMPRE BAJAN TURBIAS SIEMPRE BAJAN TURBIAS. (1)

HISTORIA, REVOLUCIÓN SOCIAL Y MEMORIA COLECTIVA: LAS AGUAS SIEMPRE BAJAN TURBIAS SIEMPRE BAJAN TURBIAS. (1)



DIC 13


Posted by Juan Antonio García Borrero


En el recién concluido “Simposio Iberoamericano de estudios comparados sobre cine”, o el 5 y 6 de diciembre en la ciudad de Buenos Aires, me dieron la responsabilidad de comentar los textos expuestos por los investigadores Clara Garavelli, Pablo Piedras, y Natalia Christofoletti Barrenha. Pero en realidad, dada la riqueza de las exposiciones y el escaso tiempo de que disponíamos para el debate, esos comentarios jamás llegaron a expresar ni siquiera la mitad de las inquietudes que generaban en mí la lectura de las comunicaciones. Quisiera ahora, pues, aprovechar las bondades del blog para poner por escrito parte de mis consideraciones.


Antes me gustaría precisar un poco desde dónde hablo. Me parece relevante hacerlo porque no comparto demasiado esa suerte de tradición no escrita que recomienda gestionar el conocimiento académico distanciados del mundanal ruido. Según esta fórmula, gracias a esa distancia conseguimos concentrarnos en el análisis de lo esencial, y evitamos la peligrosa tentación de hacernos accionistas activos de la interminable flatus vocis que nos zarandea a diario. El académico, nos dicen, debe cuidarse de no incurrir en las “habladurías” heideggerianas, y para ello establecerá y cumplirá con refinados protocolos de producción, distribución y consumo de saberes. Con ello pareciera que el estudioso consigue ponerse por encima de las pasiones del mundo, y que la objetividad guiará en todo momento a sus observaciones.


No seré yo quien impugne las ventajas indiscutibles del buen uso de la metodología científica de la investigación. Pero quisiera defender el claro subjetivismo que siempre ponemos en los textos que leemos, y de los cuales nos apropiamos de acuerdo a ese horizonte de expectativas que va perfilando a diario nuestra existencia individual. No interesa que se hable desde espacios en los cuales se puede disentir del criterio hegemónico sin mayores consecuencias: pensar un problema (no importa su dimensión) es ya otro problema subjetivo donde uno escoge las armas a conveniencia, olvidando a ratos fiscalizar el origen de esas ideas generales que hospedan el punto de vista más particular.


En el caso del simposio organizado por el Centro de Investigación y Nuevos Estudios sobre Cine (CIyNE), aunque tuvo como finalidad estudiar las representaciones de los procesos revolucionarios en el cine argentino, brasileño y mexicano, está claro que para un cubano la utilidad era indiscutible. No solo porque se trate de un evento a través del cual se pretende “fortalecer y promover los estudios comparados sobre cine latinoamericano”, sino porque para los miembros de la comunidad cubana, sin importar la adhesión o rechazo que se sienta por el proceso revolucionario puesto en marcha en 1959, el término “revolución” es algo que todavía está demasiado presente, lo cual dificulta, cuando no impide, la mirada desprejuiciada. De modo que mientras escuchaba las variadas intervenciones, aludiendo a los procesos traumáticos vividos en diversas épocas en países como México, Brasil y Argentina, no podía evitar establecer el correlato con la circunstancia cubana, que es la que me ha tocado vivir.


Si bien entre los tres textos que me correspondía comentar existen distancias geográficas y temáticas, es posible (a través de una perspectiva de conjunto) percibir nexos que nos hablarían de la “revolución” tal como proponía Hannah Arendt en su momento: “Sólo podemos hablar de revoluciones cuando está presente este “pathos” de la novedad y cuando ésta aparece asociada a la idea de la libertad. Ello significa, por supuesto, que las revoluciones son algo más que insurrecciones victoriosas”.


Los tres textos a los que aludo hablarían entonces de momentos en los cuales una comunidad se ve sacudida por cambios radicales donde un orden anterior es cuestionado, y sustituido por un conjunto de prácticas y modos de convivir que rechazan de modo feroz la antigua sociedad. Como es sabido, cada revolución genera su propio mecanismo de legitimación, y no es casual que en el caso de las revoluciones del siglo XX el cine jugara un papel tan prominente en esas construcciones.


Para el historiador, lo interesante sería indagar ya no solo en la manera en que se han representado en pantalla esas convulsiones sociales, sino también las formas en que se han acogido y negociado los mensajes fílmicos, así como las políticas culturales que desde los poderes revolucionarios han acompañado a cada una de estas prácticas. Dicho de otro modo: el historiador que se enfrente a los cines producidos en los períodos de revolución debe tener presente en todo momento que ese gran aluvión de imágenes, a favor o en contra, muchas veces más que mostrar “esconden”.


Es lógico, toda vez que las películas, al tener como referentes a la discordia se desentienden de la imparcialidad, y voluntaria o involuntariamente toman partido ante el diferendo, convirtiéndose en jueces y partes. En contextos así, está claro que las aguas siempre bajarán turbias.


Juan Antonio García Borrero






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