viernes, 3 de febrero de 2012

RELEYENDO A SUSAN SONTAG



 Tomado de - CINE CUBANO, La pupila insomne.
RELEYENDO A SUSAN SONTAG
Juan Antonio García Borrero


Los últimos cincuenta años han sido derrochadores de esa actitud crítica donde, para decirlo como Susan Sontag, hay “un desprecio declarado por las apariencias”. Hoy en día los críticos de cine gustan más de hablarse entre ellos (pues, después de todo, se trata de un lenguaje sólo para elegidos) que con los espectadores, en la confianza de que muy pocos se atreverán a contradecir sus discursos.
El espectador, a estas alturas, cuenta poco, pues la experiencia sensorial ha sido reemplazada por la fijeza de aquello que se pretende descubrir entre las brumas de los significados. Convertida en tradición, la crítica de cine se ve a sí misma como la depositaria de esos saberes que descansan en demostraciones lógicas bastante complicadas, pero que gozan del atractivo que siempre provee la luminosa metafísica en tiempos de crisis. Nuevos sacerdotes del saber fílmico, los críticos habían terminado por clausurar toda posibilidad de diálogo o debate con aquellos que no formaran parte de sus capillas.
Eso, en estos mismos instantes, ya no funciona así. El surgimiento y rápido desarrollo de lo que hoy se conoce como “blogosfera”, está permitiendo que esa autoridad crítica, esa intocabilidad de sus afirmaciones, esté pasando a mejor vida. Se trata de una verdadera revolución, toda vez que en la operatoria de los “blogs” (sobre todo en los comentarios que genera) lo que se somete a discusión no es lo que dice el crítico, sino la forma sutil y al mismo tiempo aparatosa en que intenta imponer como único ese juicio. Habría aquí algo así como una clara crisis de poder.
Antes de los sesenta, ser crítico de cine era una profesión que más bien se asociaba alperiodismo cultural. Cierto que desde los años veinte, el interés por interpretar la naturaleza única del medio cinematográfico, había aportado estudios relevantes, como lo demuestran las firmas de Ricciotto Canudo, Bretch o Andre Bazin, pero esas disquisiciones se mantenían lejos de la academia. Parecía más bien cosa de cinéfilos. ¿A qué se debió entonces ese repentino interés académico?, ¿por qué de pronto la crítica de cine se convirtió en una actividad avalada por las más exigentes demandas universitarias, y se empezaron a obsequiar becas, o estimular la discusión de los más insospechados doctorados?
Deben existir mil razones sumergidas que se conectan por debajo de la superficie delfenómeno, pero parece evidente que ese interés teórico se vincula a la revolución tecnológica que experimentaba por aquellas fechas el medio. La creación de cámaras ligeras, o el advenimiento del sonido sincronizado, incrementaron la impresión de que, por fin, era posible concretar un verdadero “realismo cinematográfico”. Estudiar ese conjunto de imágenes, pues, era algo más que acceder a un simple divertimento: era, en todo caso, una manera de aprehender la complejidad de la vida, e influir en el mejoramiento de la misma.
El ensayo de Sontag fue una temprana advertencia de los peligros que ese método académico podría acarrear.La Sontagtambién detectó el riesgo de que la brillantez de lasteorías llegase a olvidar al receptor de carne y hueso, sustituyendo las posibilidades sensualistas de apreciar una obra de arte con la fría racionalidad que implica construir argumentos generales a los que sólo tienen acceso unos pocos entendidos.
Las consideraciones de Susan Sontag obtuvieron una rápida resonancia. Tenían el mérito de estar excelentemente escritas, pero sobre todo descollaban por la fineza a la hora de “deconstruir” esa falsa autoridad crítica que poco a poco se iba imponiendo dentro delgremio, donde más importante que estudiar el fenómeno de la obra de arte en el espectador, era la exhibición de un lenguaje que hacía de la producción sistemática de significados toda una virtud. Gracias a ese lenguaje para iniciados, las teorías se hicieron cada vez más “sofisticadas”, lo que fomentó el paulatino distanciamiento del espectador. Ese proceso ha traído como consecuencia lo que mencionaba al principio: hoy en día a los críticos de cine no nos interesa tanto hablarles al espectador, como a los otros críticos.
Verdad que los espectadores nunca han participado de la construcción de significados que hacemos los críticos, pero antes al menos contaban con el beneficio de nuestra atención. Ya que había que hablar en televisión o radio, o escribir en periódicos de tirada masiva, era menester apelar a un lenguaje más bien transparente, por no decir elemental. Sin embargo, esa forma de ejercer la autoridad hoy se ha convertido en “tradición”, lo cual ha traído como consecuencia que el espectador común apenas le preste atención a lo que dicen los críticos. El divorcio entre crítico y espectador se empieza a notar ahora mucho más, después que Internet “democratizara”, al menos en apariencia, el acto de producir juicios. Hay muchas maneras de comprobar esto.
Lo confirma el actual predominio de la más sofisticada especulación, en detrimento del esfuerzo que supone comprender “lo visible”. Por paradójico que parezca, es ese “desprecio a las apariencias”, para seguir conla Sontag, lo que más ha ayudado a consolidar la autoridad de los hermeneutas en los últimos cincuenta años, debido a ese sinnúmero de teorías que describen con alucinante precisión aquello que nunca alcanzaremos a ver, pero que le confiere al experto todo un aura de gurú, dadas las indiscutibles habilidades retóricas.
Juan Antonio García Borrero