miércoles, 9 de enero de 2013


OTRA VEZ SOBRE EL CINE CUBANO MÁS ALLÁ DEL MAR

El joven investigador cienfueguero Jorge Luis Lanza Caride acaba de publicar en la revista “Palabra Nueva” un artículo con el título El cine cubano de la diáspora: la identidad fragmentada.
Más allá de que en las notas el estudioso haga referencias a determinados conceptos y textos que en lo personal he manejado o escrito con anterioridad (lo cual pareciera comprometer peligrosamente mi ego, obligándome a aplaudir todo lo que allí se dice), el artículo me parece loable porque contribuye a concederle visibilidad a un problema que aún no acaba de instalarse de forma natural en la agenda de estudios de los investigadores del cine cubano. Pero como el asunto no es andar regalándonos flores entre nosotros mismos, sino ayudarnos a pensar sin prejuicios algo que forma parte de nuestra cultura (más allá de lo político), pues me gustaría retomar algunas zonas del trabajo, oponerle un par de objeciones, y si ello fuera posible, sumar nuevas interrogantes.
Lo primero es que no me parece feliz iniciar el análisis con la afirmación de que es elicaicentrismo el que en primera instancia promueve la invisibilidad de esa producción. Para empezar, hay que admitir que la institución ICAIC se rige por una política cultural donde aún sigue funcionando el viejo dictum “Dentro de la revolución, todo; contra la revolución nada”. Luego, sería absurdo pedirle a ese instituto (tal como se define hoy en lo político) que programe en el cine Yara Guaguasí (1978), de Jorge Ulla; Los gusanos (1980), de Camilo Vila,Amigos (1986), de Iván Acosta, o Conducta impropia (1986), de Néstor Almendros y Jiménez Leal, por mencionar apenas algunas. Porque no se trata de escoger dos o tres (El súper, por ejemplo), y renunciar a otras apelando al escaso valor estético. En definitiva, ¿el ICAIC no ha producido películas definitivamente malas y se exhiben como parte de nuestro patrimonio fílmico?
Mucho más inquietante se me antojaría la pregunta que indaga en por qué en el mismo exilio ese corpus audiovisual sigue siendo literalmente invisible. Si evocamos como excepción los esfuerzos de Iván Acosta, al frente del Centro Cultural Cubano de Nueva York (fundado en 1973 y presidido por él mismo durante diez años), la producción sistemática, rescate y preservación de esas películas no se aprecia por ninguna parte. O al menos yo no tengo conocimiento de una acción de esa índole. Recuerdo que cuando en el 2007 organicé para un festival de Benalmádena (España) un ciclo con películas realizadas por cubanos más allá de isla, debí apelar a cada uno de los directores, quienes me enviaron copias de sus filmes en la medida de sus posibilidades, en tanto en no pocos casos ya ni siquiera tenían una.
Hasta donde conozco, la primera investigación seria sobre este tema la hizo la investigadora Ana López. Pienso que todavía estamos en deuda con aquella mirada, no tanto por el mapa fundacional que entonces nos brindó, como por el enfoque culturológico que proponía. Solo si partimos desde esa dimensión cultural que deja a un lado lo pedestremente ideológico, podremos desterrar el sesgo fidelista o anticastrista, y adentrarnos en los mundos que cada una de esas películas realizadas por cubanos en ultramar están exponiendo en pantalla. Si los investigadores insistimos en identificar al ICAIC o a quienes se oponen al ICAIC como los límites que autorizan o legitiman el alcance de nuestras indagaciones, entonces los resultados estarán supeditados a una búsqueda predeterminada: los fidelistas encontrarán confirmadas sus tesis de acuerdo al conjunto de películas que han escogido para el análisis, y viceversa, los anticastristas verán solamente las películas que les interesan para su discurso ideológico.
Si vamos a hablar de audiovisual cubano (que incluye al que realizan los cubanos que viven fuera de este espacio físico) es preciso poner fenomenológicamente entre paréntesis esa caótica producción, desterrar todos los prejuicios (se viva aquí o allá), todas las teorías que hasta ahora manejábamos sin fiscalizar su origen porque era la filia o la fobia política lo que mandaba, para intentar aprehender las dinámicas productivas sobre un único soporte: la representación en pantalla de una comunidad de cubanos intentando hacer su vida. Entonces, más allá de la estridencia de los periódicos, se verá un poco mejor la ambivalencia de ese conjunto de imágenes; se entenderá un poco mejor por qué El súper sale en una fecha y no otra; o de qué es lo que en el fondo está hablando Paraíso.
Por otro lado, lo de la identidad es un concepto que cada vez se nos complica más y más. La identidad siempre ha sido complicada, pero el concepto mismo, en medio de la revolución tecnológica que vamos viviendo, nos pone a los investigadores del cine cubano en un verdadero aprieto, toda vez que es aún demasiado vehemente el enfoque nacionalista de esa producción audiovisual, un nacionalismo, por cierto, que sigue confundiendo a la nación con el Estado.
Estamos viviendo, sencillamente, ese período en el cual se comienzan a reformular ciertas visiones del mundo, y se naturalizan cambios profundos que desde hace mucho se vienen desenvolviendo en nuestras vidas, sin siquiera notarlos. En este mismo festival de La Habana que recién concluyó, por lo menos dos cubanos compitieron en la categoría de cortos representando a otras cinematografías: Ernesto Fundora con Apócrifo (2011), por México, y Lilo Vilaplana con Agrypnia (2011), por Colombia. Habrá quien se sienta descolocado con esto: ¿cómo registrar lo anterior en nuestra historiografía?, ¿no se registra? Pues en lo personal lo registraría como cineastas cubanos que han sabido crecer y hacer cine en el mundo.
Ya sé que es un tema complejo, y me consta que el artículo de Lanza es mucho más extenso y exhaustivo. Por lo pronto, es bueno que se siga asomando a la esfera pública este asunto. Y, todo hay que decirlo, creo que es dentro de la isla donde con más sistematicidad se está discutiendo el problema (aún cuando no sea con la intensidad que uno aspira). No solo tendríamos que mencionar aquel dossier de La Gaceta de Cuba, sino que habría que sumar la exhibición de Memorias del desarrollo, de Miguel Coyula, homenaje a Rolando Díaz en la Muestra de Jóvenes Realizadores, conferencia sobre el cine de la diáspora o exilio en la UNEAC de Camagüey, y recientemente, la publicación del libro “Para verte mejor” (selección de Norberto Codina), que incluye par de textos relacionados con el fenómeno, y que ha sido editado, nada más y nada menos que… por el ICAIC.
Juan Antonio García Borrero