Era
una noche de luna, cuando yo la conocí.
Jorge Dalton.
Al niño Conte y a Ana Laura
Bode
Los Autocinemas tuvieron su auge en la década de los 50s, siendo estos uno de los iconos más representativos de la cultura norteamericana. Había surgido un espectáculo sin precedentes que más bien serviría para entretener a esa juventud desencantada luego de concluir la Segunda Guerra Mundial. Nació también la llamada cultura adolescente de los “rebeldes sin causa”, con figuras como James Dean y Marlon Brando. Para una joven de 15 o 17 años ir con su novio al Autocinema era el sueño hecho realidad bajo las estrellas. No solo significaba dar el primer beso en un flamante carro convertible, sino que se hacía frente a una inmensa pantalla de 70 mm en un derroche de pasión y tecnicolor.
Los héroes juveniles de los prósperos años 50 desfilaban delante del parabrisas. Modelos de autos convertibles como el Pontiac, año 1956 y el Mercury “Sun Valley”, año 1954, eran ideales para ir a presenciar el cine de una manera distinta. Por otro lado, no había que hacer el más mínimo esfuerzo pues las palomitas de maíz, las sodas, helados, hamburguesas y sándwich, eran ofrecidos en la misma ventanilla de tu auto. Toda esa cultura era parte del panorama cubano de esos años. Los Autocinemas eran maravillosos pero al mismo tiempo, propiciaron la obesidad y la huevonería, otra de las características más notables de la cultura norteamericana.
Fue precisamente en esa década, que La Habana sufrió una acelerada transformación y se convirtió en el gran experimento de esa cultura, la cual sobrevive agonizante y corroída hasta nuestros días independientemente de los largos años de Revolución Socialista. Fue en esos años, que se eliminaron los tranvías de las calles, los aires madrileños comenzaron a desaparecer y se dio rienda suelta a la modernización al estilo norteamericano. Lugares como El Nuevo Vedado, Altahabana o el Casino Deportivo, por nombrar solo algunos barrios residenciales, se construyeron en el mejor estilo arquitectónico norteamericano.
Tengo entendido que en alguno de esos barrios, no sé si en Altahabana, existió un Autocinema pero el de mayor renombre se llamó “Autocine Novia del Mediodía”. Nunca podré olvidar la noche cuando la conocí en 1972, yo cursaba el quinto grado de primaria en la escuela “Hermanos Montalvo”, un internado para varones y con disciplina militar que quedaba en casa del carajo, entre los pueblos de Caimito y Guayabal y estas son las santas horas que no sé quiénes eran los "Hermanos Montalvo”.
Los Autocinemas tuvieron su auge en la década de los 50s, siendo estos uno de los iconos más representativos de la cultura norteamericana. Había surgido un espectáculo sin precedentes que más bien serviría para entretener a esa juventud desencantada luego de concluir la Segunda Guerra Mundial. Nació también la llamada cultura adolescente de los “rebeldes sin causa”, con figuras como James Dean y Marlon Brando. Para una joven de 15 o 17 años ir con su novio al Autocinema era el sueño hecho realidad bajo las estrellas. No solo significaba dar el primer beso en un flamante carro convertible, sino que se hacía frente a una inmensa pantalla de 70 mm en un derroche de pasión y tecnicolor.
Los héroes juveniles de los prósperos años 50 desfilaban delante del parabrisas. Modelos de autos convertibles como el Pontiac, año 1956 y el Mercury “Sun Valley”, año 1954, eran ideales para ir a presenciar el cine de una manera distinta. Por otro lado, no había que hacer el más mínimo esfuerzo pues las palomitas de maíz, las sodas, helados, hamburguesas y sándwich, eran ofrecidos en la misma ventanilla de tu auto. Toda esa cultura era parte del panorama cubano de esos años. Los Autocinemas eran maravillosos pero al mismo tiempo, propiciaron la obesidad y la huevonería, otra de las características más notables de la cultura norteamericana.
Fue precisamente en esa década, que La Habana sufrió una acelerada transformación y se convirtió en el gran experimento de esa cultura, la cual sobrevive agonizante y corroída hasta nuestros días independientemente de los largos años de Revolución Socialista. Fue en esos años, que se eliminaron los tranvías de las calles, los aires madrileños comenzaron a desaparecer y se dio rienda suelta a la modernización al estilo norteamericano. Lugares como El Nuevo Vedado, Altahabana o el Casino Deportivo, por nombrar solo algunos barrios residenciales, se construyeron en el mejor estilo arquitectónico norteamericano.
Tengo entendido que en alguno de esos barrios, no sé si en Altahabana, existió un Autocinema pero el de mayor renombre se llamó “Autocine Novia del Mediodía”. Nunca podré olvidar la noche cuando la conocí en 1972, yo cursaba el quinto grado de primaria en la escuela “Hermanos Montalvo”, un internado para varones y con disciplina militar que quedaba en casa del carajo, entre los pueblos de Caimito y Guayabal y estas son las santas horas que no sé quiénes eran los "Hermanos Montalvo”.
Para ir a esa beca, tenía que
emprender un largo recorrido todos los domingos. Nunca fui solo, lo hacía con mi
hermano Juan José que cursaba el 6to grado. Pero antes de partir, pasábamos por
el solar de la calle 9 y H donde vivían Rigoberto y su hermano que apodaban “Botella”, los
dos estudiaban en la misma escuela. Estos dos negros siempre lucían impecables, entalcados,
olorosos y con las botas bolúas lustradas como espejos. La
ropa brillaba también, con las camisas y pantalones almidonados por su madre
que era una incansable lavandera.
A las 5:00 en punto se iniciaba nuestro viaje, acompañado de estos dos negros entablillados pues su mamá les almidonaba hasta las medias y los calzoncillos.
A las 6:45 pm cogíamos una guagua en la Plaza de Marianao que nos dejaba en el pueblo de Bauta. Ya entrada la noche, a la salida de Arroyo Arenas, en la calle 51, al llegar a la autopista “Novia del Mediodía”, sobresalía intacta la pantalla del auto-cine con el mismo nombre, donde se producía uno de los acontecimientos que más amo y recuerdo.
Da la casualidad que una noche exhibían “Casablanca” y pude ver desde la ventanilla de la guagua, el momento en que Bogart besaba a Ingrid Bergman, antes de fugarse de París. Por mucho tiempo he soñado con ese instante, con ese conocido y bello fotograma suspendido en el aire, en medio de la oscuridad penetrante del campo cubano.
El autocine “Novia del Mediodía” es una de las numerosas joyas clásicas de la cultura norteaamericana que sobrevivieron a una larga agonía en Cuba. No sé quién habrá sido su dueño y porque esa autopista y el autocine tenían tan particular nombre, basado seguramente en fugaces encuentros amorosos a mitad del día.
Por fortuna al año siguiente me trasladaron a otra beca que quedaba entre los pueblos de Cangrejeras y Santa Fé, muy cerca de Arroyo Arenas. Una escuela mixta que se llamaba José Manuel Lazo de la Vega, donde terminé mi último año de primaria. En ese internado yo tenía unos amigos guajiros en los pueblos de Bauta y Corralillo. Algunos sábados, en lugar de ir a mi casa en La Habana, prefería quedarme con ellos todo el fin de semana para acompañarlos a cazar patos en la Laguna de Ariguanabo. Lo hacía también con la intención de saciar mi curiosidad por ir al “Novia del Mediodía”. Mis amigos eran mayores que yo y me habían prometido llevarme.
La única vez que fui no había un alma, muy pocos lo visitaban, los audífonos no existían, todo estaba ya oxidado y los carros convertibles, las sodas, los helados y las hamburguesas solo se podían imaginar cerrando fuertemente los ojos. Para no torturarnos tanto, llevamos en una jabita, discos voladores, kekes, cangrejitos y unas pergas con guachipupa de mantecado que habíamos comprado en Bauta.
El proyeccionista, condenado también a una tediosa y prolongada muerte, llegaba todas las noches y pasaba la película sin importar que hubiese o no, gente, así justificaba sus horas laborables, en una actitud de ultratumba, con una parcimonia muy peculiar de los tantos fantasmas que habitan mi celuloide.
Pedro Crespo, Eladio Castillo y yo nos sentamos en el piso, con la boca abierta y la vista fija en la tela blanca donde se produciría la magia. Parecíamos tres enanitos en medio de aquel descomunal cementerio del cine, hogar de esa misteriosa pantalla gigante abandonada en las tinieblas de la noche y que solo podía apartarse de la tristeza en el instante mismo que se encendía el proyector. De pronto, se iluminaba la manigua, se apagaba el sonido de los grillos mientras todo se hacía música e imagen en sucesión. Comenzaba así, la función de cine más bella que he asistido jamás.
A las 5:00 en punto se iniciaba nuestro viaje, acompañado de estos dos negros entablillados pues su mamá les almidonaba hasta las medias y los calzoncillos.
A las 6:45 pm cogíamos una guagua en la Plaza de Marianao que nos dejaba en el pueblo de Bauta. Ya entrada la noche, a la salida de Arroyo Arenas, en la calle 51, al llegar a la autopista “Novia del Mediodía”, sobresalía intacta la pantalla del auto-cine con el mismo nombre, donde se producía uno de los acontecimientos que más amo y recuerdo.
Da la casualidad que una noche exhibían “Casablanca” y pude ver desde la ventanilla de la guagua, el momento en que Bogart besaba a Ingrid Bergman, antes de fugarse de París. Por mucho tiempo he soñado con ese instante, con ese conocido y bello fotograma suspendido en el aire, en medio de la oscuridad penetrante del campo cubano.
El autocine “Novia del Mediodía” es una de las numerosas joyas clásicas de la cultura norteaamericana que sobrevivieron a una larga agonía en Cuba. No sé quién habrá sido su dueño y porque esa autopista y el autocine tenían tan particular nombre, basado seguramente en fugaces encuentros amorosos a mitad del día.
Por fortuna al año siguiente me trasladaron a otra beca que quedaba entre los pueblos de Cangrejeras y Santa Fé, muy cerca de Arroyo Arenas. Una escuela mixta que se llamaba José Manuel Lazo de la Vega, donde terminé mi último año de primaria. En ese internado yo tenía unos amigos guajiros en los pueblos de Bauta y Corralillo. Algunos sábados, en lugar de ir a mi casa en La Habana, prefería quedarme con ellos todo el fin de semana para acompañarlos a cazar patos en la Laguna de Ariguanabo. Lo hacía también con la intención de saciar mi curiosidad por ir al “Novia del Mediodía”. Mis amigos eran mayores que yo y me habían prometido llevarme.
La única vez que fui no había un alma, muy pocos lo visitaban, los audífonos no existían, todo estaba ya oxidado y los carros convertibles, las sodas, los helados y las hamburguesas solo se podían imaginar cerrando fuertemente los ojos. Para no torturarnos tanto, llevamos en una jabita, discos voladores, kekes, cangrejitos y unas pergas con guachipupa de mantecado que habíamos comprado en Bauta.
El proyeccionista, condenado también a una tediosa y prolongada muerte, llegaba todas las noches y pasaba la película sin importar que hubiese o no, gente, así justificaba sus horas laborables, en una actitud de ultratumba, con una parcimonia muy peculiar de los tantos fantasmas que habitan mi celuloide.
Pedro Crespo, Eladio Castillo y yo nos sentamos en el piso, con la boca abierta y la vista fija en la tela blanca donde se produciría la magia. Parecíamos tres enanitos en medio de aquel descomunal cementerio del cine, hogar de esa misteriosa pantalla gigante abandonada en las tinieblas de la noche y que solo podía apartarse de la tristeza en el instante mismo que se encendía el proyector. De pronto, se iluminaba la manigua, se apagaba el sonido de los grillos mientras todo se hacía música e imagen en sucesión. Comenzaba así, la función de cine más bella que he asistido jamás.
Nota del autor: El
Autocine “Novia del Mediodía”, que yo recuerde, sobrevivió en estado deplorable
hasta después de finalizada la década de los 70s. Luego se convirtió en un
lugar desierto y la estructura metálica de la pantalla se fue oxidando pero por
muchos años, la pantalla seguía ahí. El enorme terreno se fue convirtiendo en
un basurero y luego en un parqueo para camiones y carros del estado. Todo
desapareció y muchos cubanos hasta ya olvidaron que ahí existió uno de los
mayores Autocinemas de América Latina.
Cubanismos
Guagua: Ómnibus.
En casa del carajo: Muy lejos.
Manigua: campo, monte, selva cubana.
Jaba, jabita: Bolsa para mandados ya sea de tela o nylon.
La jaba es de uso vital para la vida del cubano hasta el punto que todos en la
isla se dividen en: Cabeza, tronco, extremidades y jaba.
Perga: Vaso popular fabricado de cartón y cera usado
para tomar cerveza..
Kekes: Galletas caseras. Fueron muy típicas en las
zonas rurales.
Guachipupa: Refresco de esencia.
Disco volador: Sándwich cubano muy popular, elaborado mediante un
raro artefacto casero, de forma redonda como un ovni tradicional , una especie
de prensa metálica que pudiera servir también como arma de defensa personal.
Publicado en CAFE FUERTE
Jorge Dalton
herido_desombras@yahoo.es