RELEYENDO A SUSAN SONTAG
Juan Antonio García
Borrero
Los últimos cincuenta años han sido
derrochadores de esa actitud crítica donde, para decirlo como Susan
Sontag, hay “un desprecio declarado por las apariencias”. Hoy en
día los críticos de cine gustan más de hablarse entre ellos (pues,
después de todo, se trata de un lenguaje sólo para
elegidos) que con los espectadores, en la confianza de que muy
pocos se atreverán a contradecir sus discursos.
El espectador, a estas alturas, cuenta poco,
pues la experiencia sensorial ha sido reemplazada por la fijeza de
aquello que se pretende descubrir entre las brumas de los significados.
Convertida en tradición, la crítica de cine se ve a sí misma
como la depositaria de esos saberes que descansan en demostraciones lógicas
bastante complicadas, pero que gozan del atractivo que siempre provee la
luminosa metafísica en tiempos de crisis. Nuevos
sacerdotes del saber fílmico, los críticos habían terminado por
clausurar toda posibilidad de diálogo o debate con aquellos que no formaran
parte de sus capillas.
Eso, en estos mismos
instantes, ya no funciona así. El surgimiento y rápido desarrollo de lo que hoy
se conoce como “blogosfera”, está permitiendo que esa autoridad crítica,
esa intocabilidad de sus afirmaciones, esté pasando a mejor vida. Se trata de
una verdadera revolución, toda vez que en la operatoria de los “blogs” (sobre
todo en los comentarios que genera) lo que se somete a discusión no es lo que
dice el crítico, sino la forma sutil y al mismo tiempo aparatosa en que intenta
imponer como único ese juicio. Habría aquí algo así como una clara crisis
de poder.
Antes de los sesenta, ser crítico de cine era una
profesión que más bien se asociaba alperiodismo cultural. Cierto que desde
los años veinte, el interés por interpretar la
naturaleza única del medio cinematográfico, había aportado estudios relevantes,
como lo demuestran las firmas de Ricciotto Canudo, Bretch o Andre Bazin,
pero esas disquisiciones se mantenían lejos de la academia. Parecía más
bien cosa de cinéfilos. ¿A qué se debió entonces
ese repentino interés académico?, ¿por qué de pronto la crítica de cine se
convirtió en una actividad avalada por las más exigentes demandas
universitarias, y se empezaron a obsequiar becas, o estimular la discusión de
los más insospechados doctorados?
Deben existir mil
razones sumergidas que se conectan por debajo de la superficie delfenómeno,
pero parece evidente que ese interés teórico se vincula a la revolución
tecnológica que experimentaba por aquellas fechas el medio. La creación de
cámaras ligeras, o el advenimiento del sonido sincronizado, incrementaron la
impresión de que, por fin, era posible concretar un verdadero “realismo cinematográfico”.
Estudiar ese conjunto de imágenes, pues, era algo más que acceder a un simple divertimento:
era, en todo caso, una manera de aprehender la complejidad de la vida, e
influir en el mejoramiento de la misma.
El ensayo de Sontag
fue una temprana advertencia de los peligros que ese método académico podría
acarrear.La Sontagtambién detectó el riesgo de que la brillantez de lasteorías llegase
a olvidar al receptor de carne y hueso, sustituyendo las posibilidades
sensualistas de apreciar una obra de arte con la fría racionalidad que implica
construir argumentos generales a los que sólo tienen acceso unos pocos
entendidos.
Las consideraciones
de Susan Sontag obtuvieron una rápida resonancia. Tenían el mérito de estar
excelentemente escritas, pero sobre todo descollaban por la fineza a la hora de
“deconstruir” esa falsa autoridad crítica que poco a poco se iba imponiendo
dentro delgremio, donde más importante que estudiar el fenómeno de la obra de
arte en el espectador, era la exhibición de un lenguaje que hacía de la
producción sistemática de significados toda una virtud. Gracias a ese lenguaje
para iniciados, las teorías se hicieron cada vez más “sofisticadas”, lo que
fomentó el paulatino distanciamiento del espectador. Ese proceso ha traído como
consecuencia lo que mencionaba al principio: hoy en día a los críticos de cine
no nos interesa tanto hablarles al espectador, como a los otros críticos.
Verdad que los
espectadores nunca han participado de la construcción de significados que
hacemos los críticos, pero antes al menos contaban con el beneficio de nuestra
atención. Ya que había que hablar en televisión o radio, o escribir en periódicos
de tirada masiva, era menester apelar a un lenguaje más bien transparente, por
no decir elemental. Sin embargo, esa forma de ejercer la autoridad hoy se ha
convertido en “tradición”, lo cual ha traído como consecuencia que el
espectador común apenas le preste atención a lo que dicen los críticos. El
divorcio entre crítico y espectador se empieza a notar ahora mucho más, después
que Internet “democratizara”, al menos en apariencia, el acto de producir
juicios. Hay muchas maneras de comprobar esto.
Lo confirma el
actual predominio de la más sofisticada especulación, en detrimento del
esfuerzo que supone comprender “lo visible”. Por paradójico que parezca, es ese
“desprecio a las apariencias”, para seguir conla Sontag, lo que más ha ayudado
a consolidar la autoridad de los hermeneutas en los últimos cincuenta años,
debido a ese sinnúmero de teorías que describen con alucinante precisión
aquello que nunca alcanzaremos a ver, pero que le confiere al experto todo un
aura de gurú, dadas las indiscutibles habilidades retóricas.
Juan Antonio García
Borrero